Inmaculada Sanfeliu prefiere no hacerse falsas ilusiones. Está convencida de que el acuerdo comercial entre la UE y Mercosur abrirá un buen boquete en el sector de las frutas al que representa. Y lo peor de todo es que no será el primero. “Vivimos tiempos muy complicados. Vamos acumulando agravios. Y ahora, este pacto hará que en la UE, nuestro mercado natural, tengamos que competir con los zumos de Brasil, a los que se descargará progresivamente del arancel actual del 12%”, protesta la directora general del Comité de Gestión de Cítricos, la asociación que aglutina a un sector que exporta naranjas, mandarinas y limones por valor de 3.200 millones de euros. ¿Hay margen de maniobra para limitar los daños? “Lo firmado, firmado está. El acuerdo va a reducir nuestras ventanas de exportación. Solo nos queda el derecho al pataleo”, responde al otro lado del teléfono.

Es difícil encontrar un contraste mayor en el tono de la conversación con Arancha Mur. La responsable de Anfac, la patronal de los fabricantes de automóviles, exhibe sin remilgos su alegría ante la perspectiva de ganar acceso a cuatro países que reúnen a 260 millones de almas. Se trata, además, de un área hasta ahora muy protegida, que gravaba la importación de vehículos con un arancel del 35%, y al que se exportaba de forma bastante limitada.

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España vende a argentinos, brasileños, uruguayos y paraguayos cada año unos 15.000 vehículos, la mitad que a México o EE UU; y una quinta parte que a Turquía. Aunque el proceso va a ser largo, Mur confía en quintuplicar a medio plazo las exportaciones a esta zona. Y admite que al hablar de ganadores y perdedores, su sector destaca claramente entre los primeros. “El mundo del automóvil hizo piña desde el principio para impulsar este acuerdo. Estamos muy contentos”, admite.

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El abrazo europeo a Mercosur es celebrado sobre todo por fabricantes de bienes industriales, automóviles, maquinaria, textil y calzado: casi 10.000 empresas españolas, que emplean a 40.000 personas, comercian con este bloque. Y lo lamentan agricultores, ganaderos y ecologistas. “Nuestro sector queda claramente tocado”, dice Ignacio López, de la asociación agraria Asaja, que señala a los productores de frutas y hortalizas, los de carne de vaca y ave, azúcar, etanol, arroz y miel como los grandes damnificados. Son las dos caras de un acuerdo complejísimo del que aún no se conocen todos los flecos ni cuándo entrará en vigor en su totalidad.

La Comisión Europea anunció a bombo y platillo el pasado 28 de junio que, tras más de 20 años de negociaciones intermitentes, por fin había cerrado un acuerdo político para estrechar los lazos entre las dos áreas, que en 2018 arrojaron un saldo comercial de 2.857 millones de euros favorable a Mercosur. No se trata solo de una impresionante rebaja arancelaria que a lo largo de la próxima década acabará con los impuestos del 91% de los bienes que la UE exporta a Mercosur. También abrirá los mercados a las constructoras que quieran presentarse a los concursos públicos, igualará estándares de calidad en alimentos y establecerá requisitos medioambientales a ambos lados del Atlántico.

Para su entrada en vigor se abre ahora un largo periodo que concluirá con la ratificación del texto por el Parlamento Europeo, probablemente a finales de 2020. Pero la comercial es solo una de las tres patas del más amplio Acuerdo de Asociación, que incluirá además diálogo político y cooperación, que afectará, entre otras, a las normas de inmigración, economía digital y derechos humanos. Para la entrada en vigor de estos dos pilares será necesaria la ratificación parlamentaria de todos los Estados.

Pero, ¿por qué justo ahora se culmina ahora una alianza que había empezado a fraguarse a finales del siglo pasado? “Coincide que, por primera vez en todo este tiempo, el acuerdo interesaba a la vez tanto a Mercosur como a la UE. Hasta ahora, ni Francia ni Irlanda estaban dispuestas a liberalizar el sector agrícola ante gigantes como Brasil o Argentina”, responde José Luis Káiser, director general de Política Comercial. A los factores económicos se une además el vector geopolítico. La escalada proteccionista protagonizado por el EE UU de Donald Trump, así como su amenaza de bloqueo a la OMC, ha propiciado el acelerón europeo en la negociación de sus propios acuerdos comerciales. Además de Mercosur, hay acuerdos también con Canadá, Japón, Vietnam, Singapur…

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Pero este acuerdo es distinto. Es el primero que ofrece una evidente complementariedad entre un bloque, Mercosur, fuerte en los productos primarios, y el otro, el europeo, que destaca en servicios y bienes manufacturados. “El acuerdo es mucho más positivo para Europa que para América Latina. Es difícil saber cuánto, pero impulsará ligeramente el crecimiento de la economía española”, asegura Federico Steinberg, del Real Instituto Elcano. “Tampoco es que te vaya a sacar de pobre, pero algo ayudará”, ironiza.

Uno de los aspectos más controvertidos del pacto impulsado por la comisaria europea Cecilia Malmström es su efecto medioambiental. Sus defensores esgrimen la importancia de haber atado su destino al Acuerdo de París sobre el cambio climático. Sobre todo porque obliga al presidente brasileño, Jair Bolsonaro, a olvidar sus coqueteos con la idea de emular a Donald Trump, que en 2017 abandonó el pacto firmado por 195 países.

Pero a los grupos ecologistas no les tranquiliza esta idea. Consideran que el pacto UE-Mercosur contribuirá a deforestar el Amazonas por el paso masivo de tierras selváticas a pasto para ganado o plantación de soja. “El ganado es el mayor impulsor de la deforestación. Como con otros acuerdos, prima por encima de todo la globalización económica, y se relega a un segundo plano el multilateralismo en materia de derechos humanos o medioambiente”, asegura Miguel Ángel Soto, responsable de Comercio de Greenpeace.

Káiser niega la mayor: “Todos los principios de la UE quedan recogidos en el acuerdo”, responde el alto cargo ministerial.

Fuente: El País