La obsolescencia y la virtualidad nos están poniendo a prueba en estos comienzos de nuestra vida en digital. Y es que afectan muy profundamente a la mentalidad, pues desquician valores que hasta ahora conducían nuestro comportamiento, como el de la posesión de las cosas.

El ser humano ha pasado toda su vida renovando aquello que se desgastaba, se rompía, se estropeaba. No ha dejado de recomponer, restablecer, rehacer, reparar y remendar todo aquello que el uso o el accidente deterioraba. Y lo renovaba para recuperar su función. No se desprendía de los objetos —sencillos y cotidianos o extraordinarios— hasta que se desmoronaban. Todo se guardaba y reutilizaba.

Pero hemos pasado, desde hace poco y muy rápidamente, de renovar a innovar. Es decir, a producir y aceptar novedades, cosas inexistentes hasta ese momento en nuestro entorno y que se instalan en él. Es entonces cuando percibimos que también estamos inmersos en un ecosistema artificial y no solo en el natural. Y como tal, este ecosistema es sensible a la entrada de una especie nueva, fruto de cualquier innovación —sencilla o sofisticada—. Esta afectación se manifiesta en la obsolescencia de algunas otras especies —hasta entonces bien adaptadas— por el hecho tan solo de la presencia de la invasora (innovadora). Así que comienzan a mostrar una disfunción por estar enfermas de obsolescencia. Además, esta enfermedad de los artefactos se contagia a los usuarios, de manera que para librarse del contagio se desprenden de aquellos.

Es cierto que el sistema económico en el que está inmersa la vida en digital fomenta hasta lo inaceptable (por lo que tiene de despilfarro) ciertas formas de obsolescencia centradas en el consumo. Pero no debe impedir ver que debajo de esta capa de turbadora inconsistencia programada late el corazón del fenómeno de la innovación, que es debida a una aceleración asombrosa —y, posiblemente, en sus inicios— del conocimiento humano, verdadero generador de la innovación (el sistema de mercado solo lo amplifica y mistifica). El conocimiento científico (en constante revisión) toma cuerpo en la tecnología, por eso es difícil imaginar un futuro sin innovación.

El ritmo de la innovación nos impide mantener la misma mentalidad posesiva y previsora que tienen las generaciones que nos preceden.

A nuestras inmediatas generaciones anteriores les parecería incompresible vernos tan desprendidos. Y se preguntarían: ¿qué les ha pasado para tener ese desafecto con las cosas, que ya no cuidan, ni reparan, ni guardan? Y habría que advertirles que no es algo pasajero, ni dependiente solo de la sociedad de consumo en la que vivimos, sino de una sociedad del conocimiento científico, que produce innovación a un ritmo ante el que no es posible mantener la misma mentalidad posesiva, previsora. ¿Y si este desprendimiento solo fuera para los artefactos? ¡Pero es que también vale para las certezas!

La virtualidad digital afecta también a la mentalidad de posesión. La evolución natural nos ha hecho muy celosos de nuestro territorio, pues marcarlo ha sido vital para la supervivencia. Y una forma de marcarlo es ocuparlo. Así que los objetos que poseemos, al necesitar un espacio en el que ser colocados, ayudan a esta apropiación del territorio. Cuando queremos habitar un lugar, aunque sea una habitación, y hacerlo propio, lo amueblamos con objetos que poseemos, aunque sean pequeñas cosas. Es la manera de dejar nuestra marca. Y nos desagrada, como invasión, si alguien trastoca su disposición.

Pues bien, por nuestra territorialidad innata, lo virtual, al no tener lugar, nos despoja de la sensación de posesión. Lo virtual habita al otro lado del espejo, intangible, y no podemos hacer que ocupe un espacio para marcar nuestro territorio. Sin embargo, esta función que sí cumple el objeto material hace que reciba como retorno la gratificación de poseerlo.

La virtualidad creciente está alterando nuestra mentalidad, aunque no sin resistencias; basta con fijarnos en el libro impreso, ocupando un espacio de nuestro entorno personal y proporcionando esa sensación de posesión. El volumen de papel impreso como lugar de las palabras frente al ebook, o libro en el espejo, expresa bien el conflicto en esta marcha hacia una vida en digital rodeada cada vez de más objetos virtuales. Si nos vieran las generaciones anteriores se preguntarían extrañadas también, igual que lo harían ante nuestro desprendimiento por la obsolescencia: ¿por qué valoramos aquello que no tiene lugar y que no podemos poseer? Profundos cambios de mentalidad están conformando nuestra vida en digital.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Fuente: El País