Un día como el de ayer, hace medio siglo, arrancaba en Francia la mayor huelga general de su historia y, probablemente, de toda Europa. Hoy, hace ese mismo tiempo también, comenzaban las ocupaciones de fábricas por sus obreros (primero Renault). Lo que hasta entonces habían sido solo algaradas más o menos violentas y masivas de los estudiantes, devenía algo más parecido a una insurrección. El general De Gaulle, presidente de la República, se dio cuenta inmediatamente del riesgo geopolítico que tenía todo aquello y poco después fue a ver al general Massu a Baden Baden (Alemania).

Hoy ese riesgo geopolítico ha vuelto a nuestras vidas. Lo que desde hace bastantes meses pronosticaban todos los organismos multilaterales como peligro fundamental para la evolución de la economía se ha hecho realidad. Ha tomado cuerpo con la insensata política de Trump de retirar a EEUU del acuerdo nuclear con Irán, y con los escarceos proteccionistas hacia China y la Unión Europea. Hasta tal punto que la canciller Merkel ha declarado nada menos que “Europa ya no puede confiar en EEUU”, y el presidente francés, Emmanuel Macron, que “no podemos dejar que otros [refiriéndose también a Trump] decidan por nosotros”.

También se aloja ese riesgo en aspectos tales como los bombardeos de Israel a Siria, la posibilidad de que en Italia (tercera economía de la eurozona) se forme un gobierno de coalición de dos fuerzas (la Liga y el Movimiento 5 Estrellas) eurófobas, o, no menos importante, la subida de los tipos de interés en EEUU que está provocando la devaluación de las monedas de muchos países emergentes y que ya ha tocado a un país como Argentina (actual anfitrión del G 20), que no ha tenido más remedio que acudir de nuevo, 12 años después, al abominable FMI para que le preste dinero. Son todas ellas causas heterogéneas, pero que amplían las dificultades de países aparentemente alejados de las zonas de conflicto. Como España.

Agárrense que llegan curvas. Al menos habrá tres tipos de consecuencias que no pronostican alegrías. La primera, la subida del precio del petróleo (de 55 dólares el barril el pasado año a los 77 dólares de la semana pasada), en buena parte como consecuencia de la inestabilidad en Oriente Próximo; para un país tan dependiente de las energías primarias como España (el 73% de las mismas son importadas), el incremento del precio de crudo supone déficit comercial, aumento de la inflación y reducción del poder adquisitivo de los ciudadanos (por ejemplo, el laborioso acuerdo entre el PNV y el PP para subir las pensiones de este año un 1,5% no impedirá que los jubilados pierdan capacidad de compra), disminución del crecimiento del PIB y menor número de empleos creados.

La complicada situación argentina, que puede contagiarse a otros países latinoamericanos, hará sufrir a las innumerables empresas españolas que se han instalado o han invertido allí. Por último, está la subida de los tipos de interés y la normalización de la política monetaria de los bancos centrales. En el caso del BCE, se reducirán las compras de deuda y subirá el precio del dinero, como en EEUU, lo que afectará inmediatamente a países altamente endeudados, pública y privadamente, como España. Los célebres vientos de cola de la economía española están dejando de inflar las velas.

Fuente: El País