El cacahuete es un fruto seco cargado de antioxidantes y vitaminas, pero para millones de seres humanos también es un asesino. Los médicos lo señalan como el principal responsable de las alergias alimentarias del planeta. Solo en EE UU y Europa unos seis millones de personas sufren sus consecuencias. Ingerir, por accidente o descuido, unas pequeñas trazas de este alimento causa la muerte de entre 100 y 200 niños estadounidenses al año y provoca hasta 300.000 visitas al hospital. Es un grave problema y también una deslumbrante industria. El pasadizo hacia una oportunidad económica que tiene la estadística y las fuerzas de la demanda de su lado. El 8% de la población mundial sufre algún tipo de alergia alimentaria. Calculemos, 59,4 millones de personas en Europa; 25,8 millones en EE UU y unos 3,7 en España.
Gracias a este público cautivo, el mercado mundial alrededor del tratamiento de las alergias alimentarias (sobre todo artículos lácteos, huevos, mariscos, frutos secos, aditivos alimentarios) podría alcanzar los 8.000 millones de dólares (6.600 millones de euros). Una cifra que parece pequeña cuando se le suma el universo de las intolerancias alimentarias. Este espacio —acorde con la consultora Garner— manejará 13.900 millones en 2022, con un crecimiento anual del 7%. Sin embargo, hay que separar ambos problemas. La intolerancia alimentaria supone una reacción adversa a los alimentos que no atañe al sistema inmune. Los ingredientes más habituales que disparan ese comportamiento del cuerpo son el azúcar, el gluten o la lactosa. Una alergia, por contra, afecta al mecanismo inmunitario. “Actualmente, el tratamiento es evitar la ingestión de estos productos y utilizar epinefrina si ocurre un shock anafiláctico”, comenta Mick Cooper, analista de la consultora británica especializada en salud Trinity Delta. Dos extremos entre los que convive mucha gente. “El 30% de la población española padece algún tipo de enfermedad alérgica y en 20 años ese porcentaje se elevará al 50%”, advierte Jaime del Barrio, senior advisor de Ciencias de la Vida y Salud de EY.
Sobre este viaje al interior del cuerpo humano muchas compañías imaginan sus sueños económicos. Y han empezado por el cacahuete. La firma californiana Aimmune tiene en fase de ensayos clínicos un tratamiento —denominado por su código: AR101— que responde a la alergia a ese alimento como si fuera una vacuna. La estrategia es dar a los niños dosis muy bajas, pero crecientes, de cacahuete de forma controlada y durante un tiempo limitado. De esta forma se evita, por ejemplo, que un chico muera por una toma accidental.
Desde luego, Aimmune no es la única empresa que pugna por este negocio. La firma francesa DBV Technologies tiene una aproximación distinta al mismo problema. Utiliza parches en la piel para ir habituando poco a poco al paciente al fruto seco. Ninguna, desde luego, ofrece una cura, sino que busca diluir esa sensibilidad. Pero a cambio abren un camino. El AR101, de Aimmune, podría estar disponible en Europa durante 2020. Y si tiene éxito, el paso lógico es entrar en el segmento de terapias dirigidas a tratar la alergia a los mariscos, nueces o avellanas. “Por el momento, cualquier método eficaz tiene un considerable potencial económico, pero con el tiempo habrá mayores oportunidades para aquellas terapias que ofrezcan un tratamiento breve”, valora Mick Cooper.
Ambas propuestas exigen días y constancia. Porque la pereza acarrea profundas consecuencias. Un enfoque distinto, menos dramático y más a corto plazo, es el que defiende Allergy Therapeutics. La compañía biotecnológica británica está desarrollando vacunas frente a alergias tan comunes como la fiebre del heno o los ácaros. Además, ha sumado a su cartera complementos nutricionales para personas con intolerancia alimentaria. Porque conocen las enormes promesas económicas de la piel que habitan. La consultora Global Industry Analysts calcula que en 2020 el mercado mundial de los productos alrededor de las alergias y las intolerancias superará los 24.800 millones de dólares. Unos 20.500 millones de euros. El desencadenante de este número tiene varios orígenes. “Entre otros”, desgrana la firma de investigación de mercado, “el aumento de la hipersensibilidad alimentaria, la proliferación de reacciones anafilácticas provocadas por los cambios en la dieta, la mayor sensibilidad a los aditivos y el incremento de las alergias”. Filtrándose por doquier, la globalización lleva también agentes patógenos desconocidos a las casas de Europa y Estados Unidos.
Crecen las demandas
Por eso pervive una sensación de amenaza que se pega al hombre y a la industria como una gripe mal curada. Un trabajo reciente de la ONG estadounidense Fair Health halló que las demandas privadas a las aseguradoras por reacciones anafilácticas producidas por toda clase de comida creció el 400% entre 2007 y 2016. Y un tercio de esas denuncias —la mayor proporción— estaban relacionadas con la ingesta de cacahuetes. De hecho, las reclamaciones relativas a este alimento aumentaron en ese mismo periodo de estudio un 450%. Otra sorpresa es la juventud. El 66% de los requerimientos fueron presentados por chicos menores de 18 años. Afecta más a la vida de los más vulnerables.
Todo esto no se entendería sin un mundo que sabe que tiene que comer mejor. Cerca del 20% de la población del planeta sigue una dieta pobre (desnutrición crónica u obesidad), un 89% toma sodio en exceso y el 70% arrastra el mismo problema con el azúcar. “El consumidor exige alimentos de mayor calidad que estén procesados de forma transparente”, apunta Gertjan van der Geer, gestor del fondo Pictet Nutrition. Y añade: “En Estados Unidos, las ventas de alimentos orgánicos superan los 40.000 millones de dólares y crecen a tasas del 10%”. Vivimos entre la “era bajo en” y la “era sin”. Tiempos en los que en el lineal se imponen los productos “libres de” gluten, alérgenos, azúcar. Años que se alejan de los alimentos genéticamente modificados.
El 7% de todos los nuevos lanzamientos de comestibles y bebidas en Estados Unidos durante 2014 correspondieron a artículos sin gluten. Este movimiento produce un eco que recorre el océano. “El 10% de la leche comercializada en España carece de lactosa, y ya se consume en más de cinco millones de hogares”, precisa Sebastián Rodríguez-Correa, experto del sector de la consultora Nielsen. Datos, cifras, porcentajes que definen el “Excel” de un planeta que quiere cuidarse más y que sabe que todas las horas hieren y que algunos alimentos matan.
Fuente: El País