El proceso de urbanización es un fenómeno global de cuyas dimensiones tal vez no seamos conscientes. Sin embargo, el trasvase de población del rural a las ciudades es imparable. En 2030 más del 60% de la población mundial vivirá en áreas urbanas. Más y mayores ciudades significa una agudización de desafíos como la movilidad, la contaminación atmosférica, la gestión de los residuos, la seguridad, el gasto energético, etcétera.

Básicamente, hay dos formas de afrontar este tipo de retos. La mitigación, una vez que se manifiesta el problema, o la prevención. La acción a posteriori es costosa y de eficacia limitada. Suele además ocasionar molestias a los ciudadanos, provocando resistencias y voces críticas. Pensemos en las restricciones al tránsito de vehículos privados que se toman cuando la contaminación del aire alcanza niveles alarmantes. Por contra, la perspectiva preventiva permite poner en marcha medidas menos agresivas o molestas y, sin embargo, más eficaces. Pero exige visión a medio plazo y disponer de datos y herramientas de análisis para realizar predicciones sólidas.

La clave, por tanto, está en poder prever, y es aquí donde nuestro gran aliado es la tecnología. ¿Pero de dónde podemos obtener el caudal de datos necesarios para construir modelos predictivos que nos ayuden a mejorar la gestión de los grandes desafíos de las ciudades? Reparemos en los edificios. Usualmente no se los considera elementos generadores de datos de valor. Y, sin embargo, sí pueden serlo. Veamos algunos ejemplos.

En primer lugar, la contaminación, origen de unos siete millones de fallecimientos anuales en todo el mundo. Si pudiéramos medir la calidad del aire en todos y cada uno de los edificios (al nivel de la calle y de los tejados) podríamos establecer relaciones entre las variables objeto de medición y el efecto final, identificando patrones que permitirían hacer predicciones y establecer acciones preventivas eficaces. Además. estos patrones permitirían mejorar el diseño de urbanizaciones nuevas o remodeladas.

Por lo que respecta a la seguridad, tanto de las personas como de los bienes, los edificios pueden proporcionar los datos necesarios para generar alarmas técnicas críticas que permitirían actuar tempranamente frente a incendios, inundaciones, explosiones, etcétera. En zonas sísmicas es igualmente posible introducir galgas (sensores) que informen de las características de sustentación y ayuden a prevenir situaciones críticas.

En el terreno de la eficiencia energética, los edificios, que son grandes consumidores, pueden ofrecernos datos comparados que nos servirían para determinar las mejores pautas de comportamiento y las tecnologías más eficientes en cada contexto.

Tradicionalmente se ha pensado que estos datos pueden obtenerse a partir de sistemas domóticos e inmóticos. Pero estos conceptos basados en sensores y actuadores locales no contemplaban un análisis integral de los datos, razón por la que han perdido parte de su significado.

La visión global que necesitamos nos la puede proporcionar la incorporación de los edificios y viviendas al concepto 4.0. Bajo este paradigma, e incorporando en la ciudad una infraestructura con inteligencia distribuida, el edificio se convierte en un nodo de Internet de las Cosas (IoT), es decir, un concentrador de información de múltiples sensores, con orígenes diversos, que memoriza los datos que considera de interés y sus variaciones, hace un análisis de valor y pone esta información a disposición de un sistema superior o plataforma de ciudad. Esta plataforma tiene capacidad de análisis para identificar patrones y generar acciones preventivas. Tenemos así un sistema de información realimentado que transforma la ciudad de instancia reactiva en predictiva.

Son muchos los interrogantes que tenemos que resolver antes de que este modelo se concrete en la realidad. Necesitamos una definición de mínimos de esos nodos IoT, necesitamos estándares tecnológicos abiertos e interoperables, necesitamos calcular el volumen de la inversión y, probablemente, necesitaremos también visión y decisión política para impulsarlo. Sobre lo que no debería haber dudas es sobre el enorme beneficio no solo económico, sino también social, que podría obtenerse de una apuesta decidida y pionera por el Edificio Inteligente.

José Luis Fernández Carnero es director general de Estrategia de la Corporación Televés.

Fuente: El País