El economista jefe del Banco Mundial, Paul Romer, no ha sobrevivido a la crisis mayúscula que generó por sus declaraciones sobre el famoso informe de competitividad, Doing Business, sobre Chile y ha presentado su dimisión este miércoles. El presidente de la institución, Jim Yong Kim, comunicado al personal la renuncia de Romer, que ocupaba el cargo desde 2016, y la apertura del proceso para encontrar sustituto, según informaron a este periódico fuentes de la entidad. El comunicado de Kim no apunta motivo alguno, pero no hace falta: Romer insinuó que el Banco Mundial había juzgado con sesgo al Gobierno de Bachelet y la bomba hizo su situación insostenible, aunque luego se retractara.

En una entrevista con The Wall Street Journal, el 12 de enero, Romer dijo que una serie de cambios metodológicos había penalizado a Chile en el ranking Doing Business, que enumera de mejor a peor lo favorable del entorno para hacer negocios en cerca de 200 países. Además, admitió que los mandatos de la presidenta socialista Michelle Bachelet se habían visto especialmente perjudicados y apuntó una posible contaminación política.

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Semejantes palabras desataron una crisis para el Banco Mundial, acostumbrado ya a recibir críticas de un informe tan polémico como el Doing Business. Tanto este análisis, muy influyente y mediático, como la propia institución vieron su credibilidad a los pies de los caballos. Romer, que fue inmediatamente desautorizado por el Banco, se retractó cuatro días después, pero su continuidad en el puesto había quedado ya herida de muerte.

«Paul es un economista reputado y un individuo perspicaz, hemos tenido muy buenas discusiones sobre asuntos geopolíticos, sobre urbanización y el futuro del trabajo. He agradecido la franqueza y la honestidad de Paul y sé que lamenta las circunstancias de su marcha», dijo el presidente del Banco Mundial en una breve nota a su equipo.

Romer, que volverá a su trabajo como profesor en la Universidad de Nueva York, ha sido un verso suelto dentro de la institución durante su año de mandato como economista jefe del Banco. Tras la entrevista de la discordia con The Wall Street Journal, y las lógicas y duras críticas por parte de Chile, en el cuartel general de Washington, hace días que muchos esperaban su cese o su renuncia.

El origen de la crisis está en las puntuaciones anuales que ha estado recibiendo Chile en el citado informe, que se lanzó por primera vez en 2003 y que para elaborar el citado ránking global entre 190 países analiza una decena de parámetros distintos, como la facilidad (por coste, tiempo y complejidad) para crear una empresa, lograr el suministro eléctrico o resolver una situación de insolvencia. La posición del país austral en esta clasificación ha fluctuado de forma muy notable desde 2006, del puesto 25 al 57, y con ciclos bien diferenciados: empeora de forma sostenido en el primer mandato de Bachelet (2006-2010), mejora con el Gobierno conservador de Sebastián Piñera (2010-2014) y vuelve a bajar cuando Bachelet vuelve al poder.

El bajón tenía que ver con cambios metodológicos. “Quiero disculparme personalmente con Chile y con cualquier otro país en el que hayamos transmitido la impresión equivocada”, dijo Romer. Entre 2013 y 2016, el atractivo de Chile para los negocios cayó del puesto 34 al 57, pero usando la misma metodología anterior el descenso hubiese sido solo del 46 al 48. Además, el economista jefe dijo que no podía dar fe de la «integridad» de los datos. El Gobierno chileno calificó los hechos de «inmoralidad» y reclamó explicaciones.

Los cambios metodológicos, que han sido múltiples desde 2003, se incorporan en el mismo año para todos los países por igual. El Banco Mundial ha rechazado frontalmente cualquier sesgo político en su análisis, aunque realizará una auditoría a los informes sobre Chile. Romer acabó diciendo que se había expresado mal en la entrevista, que no ha habido juego sucio político, pero que seguramente deberían explicarse mejor cuando dan los datos del Doing Business.

Mucha gente está de acuerdo en eso. El estudio se presenta como un termómetro de competitividad (se titula «Hacer negocios») , pero atiende básicamente aspectos regulatorios, sin valorar la seguridad, las infraestructuras o la corrupción, por ejemplo. Un grupo de trabajo propuso en 2013 que le cambiaran el título y eliminaran el ranking global (el que fusiones los 10 parámetros y pone a competir a los países entre sí) para evitar que se vea como un instrumento de infuencia política. Dejaría de ser pura dinamita.

Fuente: El País