Las comparaciones internacionales sitúan a la economía española en una posición todavía envidiable. Según la previsión de consenso, el crecimiento se mantendría por encima del 2% este año, y rozaría ese umbral en el próximo ejercicio. Algo que contrasta con la llamada de alerta que acaba de lanzar la OCDE acerca del debilitamiento de la economía mundial, y en especial la europea. Alemania, Italia y Reino Unido bordean la recesión.

Así pues, si bien la ausencia de un gobierno estable en los últimos cuatro años provoca una acumulación de reformas pendientes, transcendentales para impulsar la productividad y reducir las desigualdades, esto no parece haber afectado la marcha de nuestra economía, de momento. Además, los mercados mantienen su confianza y las condiciones de financiación de Estado, empresas y hogares no podían ser más favorables. En lo que va de año, el 59% de la deuda pública colocada en los mercados cotiza a tipos de interés negativos. Es decir, el Estado gana dinero cuando se endeuda en esos tramos, algo impensable hasta hace poco, aparte de desafiar la lógica.

Sin embargo, cualquier sensación de que estamos fuera de peligro sería engañosa, porque los riesgos se han exacerbado significativamente, de modo que la senda de suave desaceleración que se viene produciendo puede enfrentarse a fuertes turbulencias. En primer lugar, el contexto externo se deteriora con más intensidad de lo previsto. Prácticamente todos los principales analistas de la economía española (integrados en el panel de Funcas), se muestran pesimistas sobre el entorno internacional, en especial el europeo, y no hay ninguno que anticipe una mejora en los próximos meses.

El coste de la interinidad

Y es que, al desplome del comercio internacional, que antes actuaba como balón de oxígeno para Europa, y las peripecias en torno al Brexit, se unen las tensiones sobre los precios del petróleo surgidas a raíz del reciente ataque a un centro de extracción en Arabia Saudí. Este evento, y la sensación de que puede volver a producirse, ha elevado los precios energéticos. Si la cotización del barril de Brent se elevara hasta los 70 dólares, la inflación alcanzaría el 1,4% en 2020, cuatro décimas más que en el escenario central de un precio del crudo estable en torno a 60 dólares. El resultado sería una pérdida de renta disponible para las familias de cerca de 3.500 millones de euros.

Otro foco de volatilidad es el nerviosismo que parece haber agitado el mercado interbancario en EE UU. Las entidades han aumentado sus necesidades de liquidez, provocando fuertes repuntes de tipos de interés que llegaron a superar el 10% en algunos momentos (frente al 2% en semanas anteriores). Ante la avidez del mercado, el banco central ha reaccionado de inmediato inyectado liquidez, para así prevenir situaciones de pánico. Este episodio podría deberse a factores técnicos y durar solo unas semanas. Y a la vez es sintomático del bajo nivel de reservas disponibles por los bancos americanos como consecuencia del giro en la política monetaria de ese país.

En el nuestro, la pérdida de dinamismo de la creación de empleo registrada en el tercer trimestre, junto con el repunte de la contratación temporal, podrían hacer mella en el consumo privado, motor esencial de la expansión. Por tanto es crucial mantener la confianza de las empresas y de las familias, algo que se consigue con una estrategia de política económica que despeje el horizonte, facilitando la toma de decisiones de inversión y creación de empleo estable.

En suma, los factores inerciales que impulsan el crecimiento se mantienen. Pero nuestra capacidad de reacción ante las turbulencias externas y nuestras propias vulnerabilidades se encuentra en mínimos. La materialización de cualquiera de los principales riesgos que nos acechan, como un Brexit sin acuerdo que podría ocurrir dentro de escasas semanas, pondría a prueba nuestra economía, en un contexto marcado por el encadenamiento de prórrogas presupuestarias y la interinidad política.

Raymond Torres es director de Coyuntura en Funcas. En Twitter: @RaymondTorres

Deuda

Las últimas emisiones de deuda se siguen realizando en muy buenas condiciones. Esta semana el Tesoro Público colocó obligaciones a 10 años a un tipo de interés apenas superior al 0,2%. Además, la demanda superó el doble del monto adjudicado. Anteriormente, las obligaciones a 50 años se colocaron a un tipo de interés también en mínimos, del 1,45%. Por otra parte, las rentabilidades son ya negativas para todos los plazos, hasta siete años. Desde enero, el Tesoro ha emitido en torno a 137.000 millones, de los cuales cerca de 51.000 millones a tipos negativos.

Fuente: El País