Christine Lagarde no quiere apresurarse. Pero ha llegado al BCE para darle un buen revolcón. En sus tres meses escasos al frente del timón, no ha tocado ni una coma las directrices que heredó de su antecesor, Mario Draghi. Este jueves volvió a dejar intactas las decisiones de política monetaria. Pero la francesa sí inició un proceso que puede tener profundas consecuencias. Por primera vez en casi dos décadas, el BCE revisará a fondo el arsenal de medidas con el que ha de lograr su gran objetivo —la estabilidad de precios—, algo en lo que por ahora tiene escaso éxito. A lo largo de 2020, el organismo analizará hasta el último detalle para ver cómo adaptar su estrategia a una economía cambiante.

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El Banco Central Europeo (BCE) ha sobrevivido con éxito a una crisis descomunal que a punto estuvo de dar al traste con la unión monetaria, por lo menos en su formación actual. Lagarde se enfrenta ahora a un momento complejo —dudas en torno al crecimiento, al efecto de los tipos negativos y en un entorno global muy inestable—, pero nada que ver con lo que ocurría en lo peor de la crisis, cuando parecía que la salida de Grecia del euro sería el primer paso de un desmembramiento por el sur de la unión monetaria.

Aprovechando este momento de relativa calma, la nueva presidenta del BCE quiere embarcar al organismo en un análisis de arriba abajo de todas sus herramientas. “Vamos a revisar multitud de asuntos. Cómo cumplimos nuestros objetivos, cómo medimos y qué herramientas tenemos y cómo comunicamos”, aseguró en Fráncfort tras su segunda reunión del Consejo de Gobierno como presidenta de la institución.

El BCE se enfrenta ahora a una economía en la que el bajo crecimiento, los bajos tipos y la baja inflación parecen haberse perpetuado. Es un ambiente totalmente distinto al que se encontró el organismo cuando se fundó hace ya 22 años. Entonces, el gran temor al que se enfrentaba el eurobanco era que se dispararan los precios. Y conceptos como digitalización o globalización todavía estaban en pañales.

El proyecto en el que Lagarde ha embarcado al BCE supone su primera revisión estratégica desde 2003, cuando reformuló el objetivo general de estabilidad de precios. Entonces pasó de establecer una franja del 0% al 2% para la inflación a fijar la meta de “por debajo pero cerca del 2%”. Tras la revisión que ahora empieza, es posible que el BCE vaya a afinar aún más esa meta en busca de mayor flexibilidad.

A la vista del fracaso del BCE en acercar la subida de precios a su objetivo actual, la búsqueda de una nueva estrategia, que probablemente durará todo este año, podría dejar el objetivo en un simple 2%, al igual que otros bancos centrales, como el de EE UU. Eso si no lo impiden los halcones del norte de Europa, deseosos de establecer un objetivo más modesto —y por lo tanto fácil de alcanzar— para empezar a subir tipos de interés lo antes posible.

“Creemos que terminaremos con un objetivo de inflación de carácter más simétrico”, asegura en una nota Apolline Menut, de AXA Investment Managers. Esa simetría de la que habla esta economista —y en la que tanto insistió Draghi en sus últimos meses de mandato— supondría que tan malo es quedar por encima del objetivo de inflación como por debajo. Esto podría interpretarse como una llamada a que, en un futuro hipotético con una inflación superior al 2%, el BCE tolere esas fuertes subidas de precios ya que la eurozona lleva años soportando tasas de inflación inusualmente bajas. Esta es una idea que pone los pelos de punta a los halcones.

Tipos negativos

Pero el análisis irá mucho más allá de establecer un nuevo objetivo de inflación. El BCE estudiará asuntos tan alejados como los potenciales efectos indeseados de los tipos de interés negativos o el papel de los bancos centrales para luchar contra el calentamiento global. También se estudiará el polémico asunto de si hay que incluir el precio de la vivienda en el cálculo de la inflación. “No podemos seguir operando como lo hacíamos en 2003. Esto no quiere decir que haya que cambiar esto o lo otro, sino que vamos a mirar de una forma global a la efectividad de nuestra política monetaria”, aseguró Lagarde.

El BCE —y especialmente el expresidente Draghi— se ha convertido en los últimos años para muchos ciudadanos del norte de Europa en una especie de bestia negra que castigar a los sufridos ahorradores con unos tipos de interés cero. En este contexto, Lagarde insiste en la importancia de mejorar la comunicación del organismo; de hablar el lenguaje de la calle, y no solo el de los expertos. “Me comprometí a escuchar a los miedos o esperanzas de la gente”, añadió Lagarde, en lo que parece un intento de alejarse del tono tecnócrata de Draghi y acercarse el organismo a esos sectores de la población en países como Alemania que lo ven como parte del problema.

Fuente: El País