La economía europea ha perdido brillo en los últimos trimestres. Los nubarrones se ciernen sobre el horizonte presagiando tormenta. Los riesgos que los más pesimistas esbozaban a principios de años se están materializando. Y las incertidumbres se han agigantado por una colección de episodios que sobresalen en los informes de todos los analistas de inversión: la guerra comercial entre Estados Unidos y China, la posibilidad creciente de un Brexit a las bravas, el gripazo de Alemania, la crisis de la industria del automóvil o los problemas de deuda en Argentina. Por no citar otros problemas que parecen salvados momentáneamente, como la crisis política en Italia, que puede volver a estallar en cualquier momento.

El cóctel resulta un clima denso y brumoso que afecta a la actividad de la eurozona. Ante esas perspectivas, el Banco Central Europeo (BCE) volvió a rebajar ayer sus previsiones económicas. Redujo su pronóstico de PIB para este año del 1,2% al 1,1%. En 2020 espera que la economía de la eurozona avance a un ritmo del 1,2%, dos décimas menos que en la anterior proyección. En 2021, calcula que el PIB avanzará algo más, un 1,4%. Estas previsiones anticipan un horizonte anémico para la actividad durante los próximos tres años.

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La inflación es la gran preocupación del BCE. A diferencia de la Reserva Federal de Estados Unidos, cuyo mandado pasa por garantizar la estabilidad de los precios y el crecimiento, la institución que preside Mario Draghi solo tiene una misión: “Mantener a medio plazo las tasas de inflación cerca pero por debajo del 2%”. Más allá del debate sobre si hay que modificar el objetivo de precios, el banco central también rebajó su pronóstico sobre la evolución de estos. Augura que la inflación cerrará en el 1,2% este año, una décima menos que la proyección anterior. En 2020 espera que crezcan un tibio 1%, lo que representa una rebaja de cuatro décimas. Y proyecta una ligera recuperación en 2021 con un 1,5%.

La atonía de los precios es la gran preocupación del BCE, porque refleja la debilidad de la demanda. Esta inquietud no solo puede provocar que el eurobanco continúe con su política de estímulos monetarios más tiempo del esperado. También ha llevado a la institución con sede en Fráncfort a estudiar una reforma de su objetivo de inflación.

El banco analiza de forma informal si debería abandonar el propósito actual de que los precios crezcan a una tasa cercana pero por debajo del 2%, según avanzó Bloomberg hace unas semanas. La idea es estudiar si esta formulación tiene sentido en la coyuntura económica que dejó la Gran Recesión de 2008. La agencia de noticias recordaba que modificar el objetivo de precios supondría un paso más en el proceso de transformación del BCE de los últimos años desde un banco central tradicional, modelado a imagen y semejanza del Bundesbank, a un organismo que adopte estrategias innovadoras en un mundo en el que los modelos económicos habituales parecen haber dejado de funcionar.

Fuente: El País