Mark Carney aceptó prorrogar su mandato al frente del Banco de Inglaterra, en gran parte, por orgullo profesional. La posibilidad de pasar a la historia como el responsable del nuevo marco regulatorio después del Brexit, en cuya contra se manifestó en su momento, acabó por vencer sus reticencias. Converso para la causa, ha decidido usar el peso institucional y la credibilidad de la autoridad central británica para doblarle el pulso a Bruselas. Londres es el principal mercado financiero europeo y uno de los más importantes del mundo.

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Mientras el Gobierno de Reino Unido ha anunciado ya su intención de reconocer a las intermediarias europeas (las llamadas CCPs, que amortiguan el riesgo crediticio asumido por las partes en un conrato de derivados y el cumplimiento del contrato en caso de que una de las partes incumpla) y conceder una prórroga de tres años a las compañías financieras del continente, las autoridades comunitarias no han anunciado aún nada parecido.

«Si las autoridades europeas se abstienen de actuar respecto este asunto, los contratos de los intermediarios de la UE con sus homólogos británicos deberán cerrarse o transferirse antes de marzo de 2019», advierte el Comité de Política Financiera del Banco de Inglaterra, publicado este martes. La necesidad de transferir esos contratos, que requiere un aviso mínimo de tres meses, supondría un elevado coste para las empresas que detentan los derivados «y podría incluso tensionar la capacidad de los mercados de estos productos», anuncia el comité.

Muchas entidades financieras han expresado su temor a este potencial caos, y advierten que algunos contratos no pueden salir del mercado londinense por un problema de licencias. El Banco de Inglaterra utiliza estos temores, con el aplauso de la City londinense, para doblar el pulso a Bruselas.

Fuente: El País