Hay dos formas de mirar la situación de la economía española. Una es sentarse a contemplar la coyuntura favorable. Otra es preocuparse a largo plazo por la sostenibilidad del crecimiento y del empleo ante un entorno político de impasse. No hay iniciativas legislativas que impliquen reformas. Se traspone alguna directiva comunitaria y poco más. No hay Presupuestos. Y no es solo cuestión de Gobierno: la falta de compromiso es generalizada en las facciones políticas. Habría que entonar un “¡políticos, pónganse las pilas!” generalizado.

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Hacer reformas en tiempos favorables genera una estructura antisísmica más sólida cuando llegan los terremotos. Sobra complacencia con la bonanza económica y las discusiones irreales para problemas que necesitan soluciones reales. Como sucede con la teatralidad que inunda el problema territorial en Cataluña. O la esterilidad de las propuestas para corregir la insostenibilidad a largo plazo de las pensiones. Debates de cara a la galería con propuestas que no van a mejorar el bienestar de todos. Convendría sortear la trampa electoral y apostar por transformar aquello que sabemos que no funciona. Pero también sería preciso hacer cambios de los que mueven al país a otro nivel, de los que sitúan en posiciones de liderazgo en algún campo crítico (educación, tecnología, energía,…). Requeriría pactos de Estado, aparentemente una utopía hoy.

Se confirma que en nuestro país solo se emprenden cambios estructurales —los que determinan el bienestar de las futuras generaciones— cuando se tiene el agua al cuello. Cuando la exigencia del exterior es abrumadora. Ni siquiera (caso, otra vez, de las pensiones) cuando los números no salen. Las minorías son un problema. Pero ahí tenemos a Alemania en su equilibrismo de coaliciones cada vez más delicado pero con el liderazgo europeo como premisa de todos sus integrantes. O a Macron en Francia logrando, desde minorías aún más incómodas, reformas impensables hace un año en ese país.

Sería interesante que España pudiera dar un paso al frente, no solo para satisfacer la obligación de cumplir con Europa, sino para situarse en el grupo que la lidera. El mundo no para, no espera. Trump pone el equilibrio comercial patas arriba. El entorno monetario se mueve cada vez más rápido hacia mayores tipos de interés e inestabilidad financiera creciente. Europa se abre a una realidad de diferentes velocidades. Y, sobre todo, la nueva economía está ahí. Teniendo nuestro país uno de los mejores capitales humanos en formación tecnológica, no hay propuesta alguna más allá de la de permanecer en posiciones medias en la ya de por sí globalmente retrasada agenda digital europea.

Se escucha también bastante poco sobre las políticas de promoción de los vehículos eléctricos que en países vecinos cuentan con plazos y decisiones firmes. Subir la imposición al diésel es solo un paso previo, aunque sea en la dirección correcta. En todo caso, en política energética se lleva demasiado tiempo sin una estrategia definida. En educación, que es la base más transversal y que determina el éxito de una sociedad, la confusión es considerable. ¿Hay alguien que ofrezca el liderazgo para cambiar todo esto?

Fuente: El País