Al final de su mandato, Mario Draghi se enfrenta a uno de los dilemas más enrevesados en sus ya de por sí enrevesadísimos ochos años al frente del Banco Central Europeo (BCE). El italiano que dijo que haría lo necesario para salvar al euro venció el jueves las resistencias de los halcones y lanzó un ambicioso plan de estímulos para una economía renqueante.

Las medidas incluyen ahondar en los tipos negativos, aplazar cualquier subida hasta asegurarse de que la inflación vuelve a tomar fuerza y retomar el programa de compra de deuda que se abandonó a finales del año pasado y con la que, por culpa del deterioro de la economía, Europa parece condenada a convivir.

El BCE restablece el programa de compra de deuda por valor de 20.000 millones de euros mensuales desde el 1 de noviembre y durante el tiempo que sea necesario. Estas adquisiciones de activos terminarán «poco antes de que comiencen a subir los tipos de interés», asegura el comunicado. Aquí, Draghi ha jugado al equilibrismo. La cuantía de los 20.000 millones es menor de la esperada, pero a cambio no pone fecha de caducidad a las compras.

También baja la facilidad de depósito -lo que se cobra a las entidades financieras por dejar sus fondos inactivos en el BCE- desde el -0,4% actual al -0,5%. Se trata de la primera bajada de tipos en la eurozona desde marzo de 2016.  

Las novedades no quedan aquí. Un cambio en la formulación del comunicado anuncia que la época de tipos ultrabajos va a alargarse más de lo esperado.  “El Consejo de Gobierno espera ahora que los tipos de interés del BCE continúen en sus niveles actuales o más bajos hasta que se aprecie que la perspectiva de inflación converge de forma robusta a un nivel cercano, pero por debajo del 2%”, asegura el organismo. Este aparente trabalenguas quiere decir que la primera subida no se producirá a partir de mediados de 2020, como el organismo aseguraba hasta ahora, sino que se aplaza sine die la perspectiva de subidas. Puede parecer solo un cambio de palabras, pero es muy importante.

Draghi, al que ya solo le queda la reunión de octubre antes de que la francesa Christine Lagarde asuma la presidencia del BCE, se ha tenido que enfrentar a una dura batalla contra los que consideraban que el deterioro de la situación económica no es tan grave como para justificar sacar de nuevo todo el batallón de armas de las que dispone la política monetaria.

A favor de dar un puñetazo encima de la mesa con un ambicioso plan de estímulos estaba, entre otros, el gobernador del Banco de España, Pablo Herández de Cos. En contra, al margen de los habituales halcones, como el alemán Jens Weidmann, se situó también el francés François Villeroy de Galhau. “La política monetaria del BCE está cumpliendo con su labor, pero no puede hacer todo. Y desde luego no puede obrar milagros”, dijo el gobernador del Banco de Francia y hasta hace poco uno de los candidatos a suceder a Draghi.

La propia ministra de Economía española, Nadia Calviño, admitía el jueves los límites de actuación del BCE y pedía “calmar” las expectativas sobre las medidas. La ministra en funciones admitió en la Cope que a la política monetaria le queda “poco recorrido para tener impacto”, y recordaba que esta no puede reactivar la economía por sí sola, sino que es necesaria también la participación de la política fiscal. “No hay políticas que no tengan contraindicaciones o efectos secundarios”, dijo Calviño sobre los bajos tipos de interés.

Fuente: El País