Carmen García —mujer de barrio de 70 años y sonrisa constante— abre una inmensa olla exprés en su diminuta cocina. Coge el cazo y remueve un embriagador potaje de berza, alubias y morcilla en el que los ocho de su casa hoy han metido la cuchara. A la hora de la siesta de una tarde cualquiera en El Puerto de Santa María (Cádiz), dos de sus 14 nietos juegan a la Play; su esposo, enfermo de bronquitis crónica, descansa en el dormitorio contiguo. «Con la pensión de mi marido viviríamos bien los dos. Pero, claro, tengo que hacer comida para todos y pagar la luz y el agua de tres casas, la mía y la de dos hijos… ¡Ah! Y el Ocaso, porque si te mueres, los muertos no van a venir a llevarte gratis», suelta García, entre la guasa y el humor negro.

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La gaditana se carcajea porque «la vida es así y hay que tomársela a risa». Pero está tan indignada con la subida del 0,25% de la retribución de su Juan Manuel que, este sábado 17 de marzo, acudirá a una del centenar de manifestaciones convocadas por toda España en defensa del sistema público de pensiones. «Por elegancia», ella prefiere no decir cuánto gana su esposo cada mes. No es una gran retribución, pero le valdría «si no tuviese tantos agregados». ¿Menos de 1.000 euros? «Sí, sí, menos», admite.

«Yo no tengo frenillo en la lengua. Porque no puedo plantarme ante el Rey, que si no, también lo haría», añade García, ahora sí, con seriedad. Dos cosas le diría: «Que no hay derecho a que me haya subido un euro y poco; y que las amas de casa tenemos derecho a una pensión motu propio, no por llegar a ser viudas».

El único dinero que entra en la pequeña casa de Carmen, abigarrada de recuerdos y ubicada en una popular corrala portuense de la década de los cincuenta, viene por la pensión de su marido, de 77 años y prejubilado hace un cuarto de siglo de una bodega. Además, ella regenta un quiosco de playa tres meses al año.

Recibos de tres casas

De sus nueve vástagos (dos de ellos, en realidad, nietos de su primera hija), 14 nietos y ocho bisnietos; García sostiene directamente las casas de dos hijos. A Jesús, de 24 años y en paro, le paga unos 120 euros en recibos y todos los días le da «un táper de comida, una Pepsicola, una barra de pan, dulces y tabaco». Con eso, subsiste el joven, su novia y la hija de esta. A Juan Manuel, de 36, su madre le ayuda con otros 120 euros de luz y agua; además de pagar las facturas de su casa. Todos viven en la provincia con más paro: el 30% frente al 16,5% de media en España.

Pero la labor de la abuela Carmen —como la llaman muchos de sus 24 vecinos— no termina ahí. «Me levanto todos los días sobre las 8 o las 9. Le pongo el desayuno y las pastillas a mi marido y empiezo a bregar con la casa», detalla García. En el fogón, gran olla a diario para ocho personas: «Reparto media y la otra mitad la guardo. A los dos días, le echo papas y así lo estiro. Si no, no hay forma de llegar a final de mes». Al mediodía, recoge a Iker y Adán, los dos nietos de 8 y 12 años, que corretean de allá para acá en su casa, entre partidas de videojuegos. «Echan la tarde y cenan aquí. Son de una hija que trabaja en un bar y, claro, la pobre no puede recogerlos hasta las 11 de la noche», añade la portuense.

Carmen se casó con Juan Manuel con 17 años. Tras echar toda una vida cuidando a la familia y trabajando en negro como limpiadora en casas ajenas; el marido llegó a la jubilación. Ella no. «Ni a vacaciones tenemos derecho. Las mujeres estamos discriminadas y somos las que más trabajamos. Si no fuese por nosotras, no estaríais ahí sentados», suelta García al periodista y fotógrafo que la entrevistan. Por eso, aunque García no pudo estar en la huelga del 8-M, esta de los pensionistas no se la pierde «por nada del mundo».

Y pese a todo, García no se queja: «¿Sabes lo que haría si fuese rica? Tener una casa grande y adaptada para cuidar de todos. Pero tengo una familia que quita el sentío y esa es mi mayor riqueza». Eso sí, Carmen no niega que, a sus 70 años, no puede darse ni un capricho. «Mi ropa es de mercadillo, ni unos tacones buenos me puedo comprar. Un capricho para nosotros es salir a tomar un café con dulces», relata, mientras repasa su faena de costura. Pero ella es optimista y cree que todo «se solventará en el futuro».

Para cuando eso llegue ya tiene un deseo que cumplir: «Volverme a casar con mi Juan Manuel, que lo quiero con locura. Vestirme de blanco y que me case mi alcalde. Con eso, sería feliz».

Fuente: El País