El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, anunció en su discurso sobre el Estado de la Unión —en septiembre— su intención de proponer la creación de un puesto de ministro europeo de Economía y Finanzas para simplificar la arquitectura institucional de la UE. Dentro del paquete de documentos que el brazo ejecutivo de la UE dará a conocer la semana próxima, ese nuevo cargo sería «el siguiente paso natural» para completar la unión monetaria y simplificar un organigrama plagado de reglas e instituciones, oscuro y complejo hasta tal punto que los analistas han acuñado el término de «déficit de inteligibilidad» de la UE.

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Dice Mario Draghi que el euro es una especie de abejorro: parece que no vaya a poder volar, y sin embargo, en contra de las leyes de la naturaleza, vuela. La eurozona centraliza la política monetaria en manos del BCE, pero el resto de políticas económicas están descentralizadas y el grado de coordinación deja mucho que desear. Ese nuevo superministro permitiría simplificar «una toma de decisiones complicada, incomprensible, ineficiente y sin suficiente control democrático», según el texto. El rasgo esencial de ese nuevo cargo sería la coordinación de las políticas económicas.

Entre sus funciones estaría el diseño del mix de política económica del euro —es decir, la capacidad de estimular la eurozona en tiempos de crisis y de apretarse el cinturón en tiempos de bonanza—, y el uso de los instrumentos presupuestarios: la futura función de estabilización del euro y el instrumento de convergencia para que los países que no forman parte de la moneda única se incorporen al euro.

Interlocutor oficial

«Sería el interlocutor clave en materia económica, fiscal y financiera de la zona euro», reza la propuesta, y asumiría el papel de «representar a Europa» en los foros internacionales. El borrador está sujeto aún a posibles cambios, pero la Comisión propone que el superministro actúe como presidente del Eurogrupo a partir de 2020, cuando venza el mandato del próximo jefe de la reunión de ministros de Finanzas de la zona euro, que se decide el próximo lunes. La presidencia del Eurogrupo se convertiría en permanente. Además, supervisaría al futuro Fondo Monetario Europeo, así como los instrumentos presupuestarios de la eurozona: el futuro presupuesto y los fondos de apoyo a las reformas y de convergencia (para países que no son del euro).

La coordinación de las políticas económicas ha sido un grave problema desde la irrupción de la crisis. A pesar del refuerzo del Semestre Europeo, el grado de cumplimiento de las recomendaciones de Bruselas a los países es muy bajo: del 20% según algunos analistas; de hasta el 50% según la Comisión.

El brazo ejecutivo de la UE admite las dificultades para completar el euro: «La Unión Económica y Monetaria solo será más fuerte», según esa propuesta, «si los Estados miembros aceptan compartir más competencias y decisiones». Y ahí aparece uno de los peores legados de la Gran Recesión: la brecha entre Norte y Sur, entre acreedores y deudores. Berlín y compañía solo aceptan mecanismos de solidaridad si antes la periferia asume más responsabilidad y reduce los riesgos. El Sur cree que el orden debe ser el opuesto: más solidaridad para asumir más responsabilidad. Mientras esa fractura no cicatrice, el euro deberá seguir centrado en el noble arte de ir tirando.

Fuente: El País