«Van casi 16 años desde que las primeras monedas y billetes de euro entraron en la vida de diaria de los europeos», arranca el borrador de la Propuesta sobre la creación del Fondo Monetario Europeo, un largo documento de 47 páginas que constituye una pequeña revolución para la eurozona. Bruselas es consciente de que el euro es una moneda adolescente, con defectos de fábrica difícilmente subsanables por la fractura Norte-Sur y las incompatibilidades entre las distintas culturas de política económica. El euro ha salido vivo de la Gran Crisis, pero tiritando, en medio de una guerra de baja intensidad entre acreedores y deudores. Ante el peligro de desintegración y las dificultades para lograr una mayor solidaridad, las instituciones ponen en marcha una reforma basada en tres pilares: el citado FME (que podría acabar llamándose Fondo Europeo de Estabilización si cuaja la denominación que prefiere Mario Draghi), un presupuesto anticrisis de la eurozona y un superministro económico de la UE. «La Unión Económica es más sólida que antes de la crisis», subraya el texto, «pero sigue incompleta».

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La Comisión quiere aprovechar la ventana de oportunidad que ofrece la recuperación «para completar el euro». Y el punto de apoyo de esa nueva arquitectura es un FME que sería una especie de puente entre lo mínimo que persiguen Bruselas y París y lo máximo que está dispuesto a ceder Berlín. Alemania ha presionado para que ese nuevo instrumento se encargue de vigilar las políticas fiscales, evite todo lo que suene a mutualización y esquive cualquier opción de crear un presupuesto de la eurozona. Bruselas solo ha escuchado a medias.

El diseño del nuevo FME que ha cocinado la Comisión tiene en cuenta la sensibilidad alemana —más aún con la crisis política en Berlín—, pero bebe de las propuestas del francés Emmanuel Macron, alineado con el jefe de la Comisión, Jean-Claude Juncker, en la necesidad de activar una reforma más ambiciosa. Y permitiría dar un salto adelante en la unión bancaria, al permitir que el FME actúe como cortafuegos común cuando se cierre un banco, algo a lo que Alemania se resiste.

Estos son los principales rasgos del nuevo fondo:

  • Conversión del Mede. El mecanismo de rescate europeo (Mede) «ha jugado un papel fundamental en la crisis», al rescatar a países que perdieron la posibilidad de financiarse por sí mismos. Bruselas cree que el nuevo FME será clave para “salvaguardar la estabilidad financiera”. Será el encargado de ir al rescate cuando un socio tenga problemas para financiarse en los mercados, con un programa (que es en realidad una línea de crédito barato) a cambio de ajustes y reformas. Para ello, convierte el Mede (un organismo intergubernamental) en el FME y de esa manera lo comunitariza: será un organismo de la UE y permitirá así «una mejor gobernanza y un mayor control democrático» en la Eurocámara. Bruselas echa mano de un artículo que es una especie de coche escoba de los tratados —el 352— para convertirlo en un organismo que forma parte del marco legal de la UE.
  • Medio billón más un 20%. Al igual que el Mede, el FME cuenta con una potencia de fuego de medio billón de euros para rescatar países «a cambio de una estricta política de condiciones», como ocurrió en el rescate español. Ese calibre podrá aumentar entre un 5% (en la versión menos ambiciosa) o hasta un 20%, en función de lo que decidan los líderes europeos.
  • Más allá de la eurozona. El Mede está formado por los países del euro, que lo financian directamente. El nuevo FME será más amplio: la Comisión le otorga un papel fundamental en la culminación de la unión bancaria, por lo que el abanico de países que formarán parte de ese nuevo fondo de estabilización incluye los socios que forman parte de la unión bancaria. Actuará como cortafuegos común para el fondo de resolución, para el cierre de bancos. Para ello, contará con una potencia de fuego de 60.000 millones, aunque es bazuca será fiscalmente neutro: lo que gaste «lo devolverán los bancos». Se trata de un cortafuegos común (a la francesa), pero sin poner en peligro dinero del contribuyente (a la alemana). El objetivo es romper el abrazo mortal entre la deuda soberana y los balances bancarios bancos, una vieja aspiración de Europa que a día de hoy sigue sin estar clara. Con ese avance, solo faltaría pactar el fondo de garantía de depósitos para completar una unión bancaria aún coja.
  • Presupuesto del euro. El FME apoyará «en el futuro» la función de estabilización de la eurozona: un presupuesto del euro para luchar contra shocks asimétricos, contra crisis en un solo país. Los peros alemanes ganan la partida en este capítulo: solo se usará después de cada país use sus estabilizadores automáticos (el seguro de desempleo, por ejemplo) y las políticas fiscales discrecionales. «Si eso no es suficiente se podrá activar la función de estabilización», dice la propuesta. Podrá activarse con rapidez para luchar contra crisis en alguno de los socios, sujeto a “criterios de elegibilidad” fijados de antemano, que la propuesta no detalla. Con un recado para Berlín: ese presupuesto podrá «financiarse en los mercados», una forma de incluir la mutualización —palabra proscrita en las 47 páginas— por la puerta de atrás. No hay cifras para ese presupuesto. Y su puesta en marcha definitiva se deja para más adelante para sortear un eventual veto alemán.
  • Vetos. Aun así, ese veto alemán está presente de otras maneras. El nuevo FME tendrá un consejo de gobernadores (los ministros) y un consejo de dirección, con un director general, el alemán Klaus Regling. Las decisiones más importantes (elevar el capital o rescatar a un país) se tomarán por unanimidad; los desembolsos de los rescates se aprobarán por mayoría cualificada, con el 85% de los votos (frente al 80% actual). Eso da derecho de veto a Alemania, a Francia y a Italia: cualquiera de esos países puede bloquear una decisión por sí solo. España, con un 12%, sigue sin poder de veto.

Bruselas y París, pendientes de Berlín

Las dificultades políticas en Berlín planean sobre la reforma de la eurozona. La convocatoria de elecciones anticipadas sería una pésima noticia para los planes del francés Emmanuel Macron y del jefe de la Comisión, Jean-Claude Juncker. Bruselas presentará el 6 de diciembre su propuesta; el Consejo Europeo del 14 de diciembre fijará la hoja de ruta de los próximos meses. Para todo ello (incluso para el Brexit) es fundamental el color de la coalición de Gobierno en Berlín. Los liberales, con marcados tintes euroescépticos, presionan para impedir cualquier cambio en el rol del Mede, lo que complicaría tanto el plan del FME para actuar como cortafuegos en la resolución de bancos como el presupuesto del euro. Una eventual gran coalición facilitaría la agenda europea de Alemania. Juncker dice contar con el apoyo de la canciller: «Merkel dará un paso en la dirección correcta: sé muy bien de lo que estoy hablando», dijo hace unos días a este diario.

Fuente: El País