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No hay un agosto tranquilo. Los mercados se han dado la vuelta y las ganancias de comienzos de año han sido barridas. Se anticipa una recesión internacional. Puede que, entre la autocomplacencia y la voluntad de que no parase la fiesta, se haya retrasado lo inevitable. Puede que las Bolsas estén diciendo cosas nuevas. Casi sin querer, porque tal vez se enfrentan a un cambio de modelo conceptual. Se prodigaron antes de la crisis las investigaciones académicas que trataban de establecer la magnitud de la relación entre el desarrollo de los mercados financieros y el crecimiento económico. Los índices bursátiles siempre se han considerado predictores adelantados de la evolución de la economía. Pero ¿qué ocurre cuando es la propia economía la que está cambiando su composición productiva y sus mecanismos de financiación?

Hay una forma menos común de ver la crisis, aunque compatible con las teorías al uso sobre sus causas y consecuencias: la Gran Recesión fue una interrupción en la evolución hacia la digitalización. Una vez pasado el vendaval, esa transformación se ha acelerado, pero la comprensión sobre los mecanismos de ajuste se ha quedado atrás. Aparecen paradojas. Por ejemplo, algunas de las empresas que más han apostado por la digitalización (los bancos) han sido las que más castigo bursátil han recibido, pero también están entre aquellas de las que más recuperación de valor se espera a largo plazo. Calvario en el presente, oportunidad en el futuro. Árboles que se han desprendido de muchas ramas (puede que aún quede poda), pero parecen contar con un tronco renovado y raíces más fuertes. En el otro lado están las tecnológicas. Sustento de los índices que ahora pierden fuelle. Tienen un gran potencial de ganancia, pero el futuro es más plano. Pasado efervescente, presente dubitativo, futuro acomodaticio. En cuanto las grandes tecnológicas pasen por las fases de regulación, tributación y escrutinio antimonopolio a que han sido sometidos los bancos —al igual que otras industrias convencionales— se les verá de otro modo. La estabilidad financiera es sistémica. La información y la privacidad, también.

En el entresuelo del edificio bursátil, multitud de sectores sometidos a un fuerte revolcón, hasta el punto de poner en tela de juicio la solidez y el liderazgo de economías hasta ahora referentes. Pasa con el cierto declive de la industria automovilística y Alemania. Pasa con el turismo y los hábitos de viajar, con el entretenimiento y con la educación. La distancia y lo tangible importan cada vez menos. La Bolsa es un terreno de indefinición, pero, en unos años, tendrá una composición distinta.

Creación y destrucción schumpeteriana. Transformarse o ser sustituido. En 10 años, la composición de los índices bursátiles o tendrá otros nombres o tendrá los mismos, pero su estructura será diferente. La duda es si entretanto habrá una Gran Moderación (crecimiento sostenido, pero reducido), una Gran Transformación (asunción de nuevas estructuras laborales y de relación con la industria y el medio ambiente) o una Gran Distorsión (un periodo de indefinición como el actual, entre subidas y bajadas y con la brújula rota).

Fuente: El País