La vida filosófica de Andoni Alonso (Vitoria, 1966) comenzó con su admiración por Ludwig Wittgenstein y ha derivado en sus pensamientos críticos hacia la tecnología. Como explica, criticarla no implica nada negativo, sino comprender cómo funciona, cómo se relaciona con el entorno laboral y económico. “He visto que, durante los últimos 20 años, han irrumpido elementos que no habíamos previsto y no me gustan. Son absolutamente negros”, comenta durante la entrevista. Pese a gozar del título de filósofo, prefiere huir de este término tan serio. Para él, sería mejor hablar de pensadores que buscan las raíces de los problemas.

¿El ser humano puede asimilar la velocidad a la que se producen los cambios tecnológicos?

El ritmo al que funcionamos es trepidante. No creo que haya capacidad humana para asimilar las innovaciones. Es imposible tener una idea global. Siempre estamos en lo último. ¿Cuántas veces hemos escuchado la expresión ‘última generación’ para todo? Pero, en realidad, no existe. Es un aparente cambio constante sin finalidad. No sacamos ningún rendimiento ni comprensión. Todo es provisional. Siempre nos hallamos en el parche que arregla lo anterior, como si fuera un parche constante.

¿Por qué no utilizas las redes sociales?

Facebook suena hasta viejuno. El cambio será una constante y apostaría por una solución decrecentista. Un mundo rico y con bienes para todos, aunque mal repartido.

Uno ve Whatsapp, Facebook e Instagram y se pregunta qué merece la pena después de utilizarlas, pongamos por ejemplo, un año. ¿Un 2% o 3%? Son tecnologías demasiado demandantes. Es una cantidad de tiempo dedicado para un resultado tan malo que no es rentable. Los seres humanos somos tiempo y con las redes no lo tenemos. Whatsapp y Twitter son la enciclopedia de la banalidad en 250 volúmenes. Existe como una opulencia comunicativa, pero sin comprensión ni ideas.

¿Consideras que todo lo referente a las nuevas tecnologías goza de cierta benevolencia?

Con lo nuevo no hay espacio de reflexión. Todo es maravilloso porque es moderno… y luego viene un peaje. No pretendo convertirme en un ludita radical, pero observemos la situación de los trabajadores de Glovo o Deliveroo. Trabajan por 400 euros gracias a una magnifica plataforma que conecta al usuario con el restaurante y el transportista. Es muy contemporáneo que lo nuevo solucione los problemas de lo anterior. Pero no es cierto. Lo hará si está pensado, integrado en todos los contextos.

¿Le preocupa la llamada economía colaborativa?

Me parece escandaloso que hablemos de economía colaborativa. Es un poco como de juerga. Por colaborativa imaginamos que los ciudadanos pagan impuestos y el primer cebo de compañías como Uber o Cabify es justo lo contrario, no pagarlos. La tecnología es solo una forma de llevar a cabo este programa económico, que ya existía previamente. Si Rockefeller hubiera visto estas nuevas plataformas, habría encontrado su sueño húmedo.

¿Por qué crees que las grandes tecnológicas incorporan en sus plantillas a trabajadores con formación humanística?

Viste mucho eso de las humanidades desde un punto de vista de marketing. Somos gente que piensa y lee cosas diferentes a Facebook o Twitter. Parece hasta elegante, ¿no? De forma práctica, la mayoría de trabajadores están tan especializados que las organizaciones necesitan gente con pensamientos más abiertos y generalistas. La filosofía, en este caso, tiene la capacidad de pensar en lo general. Esto puede ser útil para las empresas, aunque, en ciertas ocasiones, con intereses espurios.

¿La irrupción de la tecnología ha sobrepasado a los gobiernos?

El filósofo Andoni Alonso.

La tecnología es parte de la naturaleza humana. Sin ella, no hay ser humano. Criticar la tecnología de una manera formalista es como criticar que somos bípedos. La cuestión económica es donde hemos de poner el foco porque ahí radican los valores. Unos valores que vienen de un sistema basado en la competencia, el crecimiento infinito, la maximización del beneficio… son los que marcan una tecnología determinada. El Estado no puede seguir el ritmo tecnológico. Llegamos tarde con las leyes. El cambio es tan rápido que no podemos preverlo. Las legislaciones no son tan ágiles.

¿Cuál crees que debería ser el siguiente salto para la técnica?

Morozov decía que si planteas un problema y tienes capacidad de cálculo lo solucionarías. Esto se llama solucionismo tecnológico, pero le falta el contexto: la naturaleza humana, las emociones y todo aquello que nos convierte en seres humanos. Google te dice que encontrará la cura para las enfermedades y viviremos 400 años. Te lo dicen así, sin más. ¿Es serio? ¿De verdad?

¿Cómo te imaginas el futuro a medio plazo?

Nos toca algo impredecible. Hasta hace 15 años la cuestión de las redes sociales parecía marginal y ahora es esencial. Habrá cierto hastío, que ya se nota. Facebook suena hasta viejuno. El cambio será una constante y apostaría por una solución decrecentista. Un mundo rico y con bienes para todos, aunque mal repartido. Dudo de que haya un acuerdo común con el que intentar crecer y cambiar la sociedad en otra dirección.

¿La transformación digital continuará liderando el cambio constante al que se refiere?

Si la comparas con otros momentos innovadores, está más agotada. En el siglo XIX se descubrieron las vacunas, la electricidad y el motor de combustión. La biotecnología es una disciplina cuyos límites son todavía una incógnita. Si hay un cambio radical, vendrá por ahí; pero no por lo digital. La digitalización es una forma de procesar, combinar millones de datos, aunque con límites. No se puede ir más allá.

Fuente: El País