Estamos viviendo un tiempo mítico. Si prestamos atención a la escena, que se nos presenta en cualquier momento y situación, de personas de todas las edades absortas ante una pantalla, podríamos asociar estas palabras que parecerían escritas para el caso: «se abrasa por aquello que ve, y el mismo error que engaña a sus ojos los incita». Tal es la fijación de la gente a la pantalla, y el tiempo que pasa así. Porque lo que atrae de esta manera y con esta insistencia es algo virtual, que nos hace creer «que es cuerpo lo que es agua»; ceros y unos que nos ofrecen la apariencia de un mundo que, si lo intentáramos apresar, se nos escaparía como el agua entre los dedos.

Y es que «lo que buscas no está en ningún lugar». Una advertencia muy sabia para entender el espacio que hay detrás de la pantalla; un espacio que, a diferencia del que tenemos de este lado, en el que estamos, no tiene lugares. La Red es un espacio sin lugares, sin distancias.

Es más, solo se manifiesta cuando tú lo invocas, cuando te pones delante de la pantalla, pero «lo que deseas lo perderás al apartarte. Esa que ves es una imagen reflejada. Por sí misma no es nada; contigo ha venido y se queda», hasta que un roce de tus dedos en esa superficie… de agua, o si te apartas, la devuelve a su “realidad”: una nube de ristras de ceros y unos agitadas en un espacio sin lugares. Y concluye la apariencia.

Lo que buscas no está en ningún lugar». Una advertencia muy sabia para entender el espacio que hay detrás de la pantalla; un espacio que, a diferencia del que tenemos de este lado, en el que estamos, no tiene lugares. La Red es un espacio sin lugares, sin distancias».

Un mundo virtual, como el digital, es contiguo al mundo real, confina tan estrechamente con nuestro mundo cotidiano que se crea una dualidad, y se traspasa continuamente la frontera imperceptible en un sentido y otro. Y así actuamos con las pantallas, siempre junto a nosotros, mirándolas fijamente o levantando la vista para volver, por poco tiempo, a nuestro entorno. Cuando se ven unos dedos rozando la superficie de la pantalla —de una tableta o de un smartphone—, que se ofrece como una fina lámina de agua, parece que estas palabras, como las anteriores, se escribieron hoy para esta sociedad y no hace dos mil años: «Y lo que más me duele es que no nos separan mares inmensos, ni distancias, ni montañas, ni murallas con puertas cerradas: un poco de agua nos impide acercarnos».

Esta atracción lleva también a quienes abducidos por lo que está al otro lado de esa lámina exclaman: «¡Ojalá pudiera separarme de mi cuerpo…!» Y se ponen unas gafas de realidad virtual.

Todas estas palabras, que encajan tan bien en el escenario que el mundo digital ha creado, proceden de Metamorfosis, obra escrita por Ovidio y en la que recrea mitos como el de Narciso ante el espejo del agua cristalina de la fuente. Desprecia el cuerpo real de la ninfa Eco, y se consume por esa fijación en una imagen virtual.

Estamos pasando este tiempo de abducción de la pantalla. El mundo virtual fascinante que hay tras la pantalla crece cada día y con ello nuestra dedicación. La pantalla nos sitúa a la orilla del espacio digital, nada más, pero suficiente para que nos inclinemos y nos quedemos prendados de lo que en ella se refleja.

No nos debe confundir esta primera manifestación de la virtualidad digital, y creer que nos lleva sin remedio a un mundo de apariencias especulares y que nos aleja de lo que tiene cuerpo. Virtual es también potencia, capacidad de hacer realidad lo posible. Y esta segunda acepción es la que anuncia transformaciones impensables en nuestro estado actual, produciendo una realidad muy distinta a la que ahora concebimos.

El mundo digital ya no está tras el espejo de una pantalla, penetra en los objetos—grandes, pequeños, sencillos, sofisticados— , y los posee. Ya dejan de estar sueltos o amontonados, se combinan y recombinan, alcanzan otra entidad y adquieren unos comportamientos, unas prestaciones imposibles si estuvieran aislados. Es el fenómeno que llamamos por el momento internet de las cosas. ¿Qué surgirá de estos incontables objetos poseídos e interrelacionados. 

A la vez la virtualidad toma cuerpo y se hacen avatares de ella con la impresión 3D (una denominación no muy satisfactoria). Y cada vez habitarán entre nosotros más objetos, de todo tipo y función, que son la materialización de lo virtual, que están en potencia y se concretan en algo singular.

¿Qué realidad se irá imponiendo a partir de la virtualidad en la que ahora estamos a la orilla y, por ello, creyendo que es solo una apariencia especular de nuestra realidad?

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

 

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Fuente: El País